Los convidados que estaban a la mesa estuvieron muy atentos esperando lo que había de pasar. Entonces yo, no espantado por cosa alguna, muy a espacio y muy a mi placer, retorciendo el labio de abajo a manera de lengua, de un golpe me llevé aquella grandísima copa; y luego todos a una voz con gran clamor me dijeron:
—Dios te dé salud, que tan bien lo has hecho.
En fin, que aquel señor, lleno de gran placer y alegría, llamó a sus dos criados que me habían comprado y mandóles dar por mí cuatro veces tanto de lo que me habían comprado, y a mí dióme a otro su criado muy privado suyo y rico, haciéndole un gran sermón al principio en recomendación mía, el cual me criaba asaz humanamente y como a un su compañero, y porque su amo lo tuviese más acepto, procuraba cuanto podía de darle placer con mis juegos, y primeramente me enseñó a estar a la mesa sobre el codo; después también me enseñó a luchar y a saltar, alzadas las manos, y porque fuese cosa maravillosa, me enseñó a responder a las palabras por señales. En tal manera, que cuando no quería meneaba la cabeza, y cuando algo quería, mostraba que me placía bajándola, y cuando había sed, miraba al copero, y haciendo señal con las pestañas, demandábale de beber. Todas estas cosas fácilmente las obedecía yo y hacía porque, aunque nadie me las mostrara, las supiera muy bien hacer; pero temía que si por ventura, sin que nadie me enseñase yo hiciera estas cosas, como hombre humano, mu-