pero muy mayor avariento y de baja condición; hombre infame y sucio, que no tiene otro oficio sino continuo dar a usura sobre buenas prendas de oro, de plata, metido en una casilla pequeña, y siempre atento al polvo del dinero: allí mora con su mujer, compañera de su tristeza y avaricia, que no tiene en su casa persona, salvo una mozuela, que aun tan avariento es que anda vestido como un pobre, que pide por Dios.
Cuando yo oí estas cosas, reíme entre mí, diciendo:
"Por cierto, liberalmente lo hizo conmigo, y me aconsejó mi amigo Demeas, que me enderezó a tal hombre como éste, en cuya casa no tendré miedo de humo ni de olor de la cocina."
Como esto dije, yendo un poco adelante, llegué a la puerta de Milón, a la cual, como estaba muy bien cerrada, comencé a llamar y tocar. En esto salió una moza, que me dijo:
—Oye tú, que tan reciamente llamas a nuestra puerta, ¿qué prenda traes para que te presten sobre ella dineros? ¿No sabes tú que no hemos de recibir prenda sino de oro o de plata?
Yo dije:
—Mejor lo haga Dios. Respóndeme si está en casa tu señor.
Ella dijo:
—Sí está; mas díme qué es lo que quieres.
Yo respondí:
—Tráigole cartas de Corinto de su amigo Demeas.