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didísimos aparatos, mis amos acostumbraban traer a su casilla muchas partes de aquellos manjares. El cocinero traía grandes pedazos de puerco, de pollos y de pescado y otras maneras de comer; el panadero traía pan y pedazos de pasteles y muchas frutas de sartén, así como juncadas y pestiños, anzuelos y otras frutas de miel; lo cual todo dejaban encerrado en su cámara para comer y se iban a lavar al baño, en tanto yo comía y tragaba a mi placer de aquellos manjares que Dios me daba, porque tampoco yo era tan loco ni tan verdadero asno que, dejados aquellos tan dulces y sabrosos manjares, cenase heno áspero y duro. Esta manera y artificio de comer a hurto me duró algunos días, porque comía poco y a miedo, y como de muchos manjares comía lo menos, no sospechaban ellos engaño ninguno en el asno; pero después que yo tomé mayor atrevimiento en comer, tragaba lo más principal de lo que allí estaba, y como yo escogía lo mejor y más dulce, no pequeña sospecha entró en los corazones de los hermanos, los cuales, aunque de mí no creyesen tal cosa, pero con el daño cotidiano, con mucha diligencia procuraban saber quién lo hacía. Finalmente, que ellos, el uno al otro, se acusaban de aquella rapiña y fealdad, y en adelante pusieron cuidado diligente y mayor guarda, contando los pedazos y partes que dejaban; y como' siempre faltaba, rompiendo, en fin, el velo de la vergüenza, el uno all otro habló de esta manera:

—Por cierto, ya esto ni es justo ni humano menospreciar o disminuir cada día más la fe que está