taría, y que el dicho mancebo había destemplado con su propia mano la ponzoña, y la había dado al esclavo para que la diese a su hermano; pero él, sospechando que el crimen se descubría, no quiso tomar aquel vino ni darlo al muchacho, y que, en fin, el mancebo con su mano propia se lo había dado. Diciendo estas cosas, que parecían tener imagen de verdad, aquel azotado, fingiendo miedo, acabóse la audiencia; lo cual oído por los jueces, ninguno quedó tan justo y tan derecho a la justicia del mancebo que no le pronunciase ser culpado manifiestamente de este crimen, y como a tal lo debían meter en un cuero de lobo y echarlo en el río como a parricida, y como ya las sentencias y votos de todos fuesen iguales y estuviesen firmadas de la mano de cada uno, para echarlos en un cántaro de cobre, según su perpetua costumbre, de donde después de echados los votos no se podían sacar ni convenía mudar cosa alguna, porque la sentencia era pasada en cosa juzgada y no restaba otra cosa sino entregarlo al verdugo para que cumpliese la justicia, uno de aquellos senadores, el más viejo y de mejor conciencia de todos, hombre con mucha autoridad, letrado y médico, puso la mano encima de la boca del cántaro, porque ninguno temerariamente echase su voto dentro, y dijo a todos en esta manera:.
—Yo me gozo y soy alegre de haber vivido tanto tiempo, que por mi edad vosotros, señores, me habéis de tener en alguna reputación, y por esto