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quien por tu causa muere, y no te espante que pecas contra tu padre, al cual antes guardarás su mujer, que está para morir; porque conociendo yo su imagen en tu cara, con mucha razón te amo; ahora tienes tiempo, por estar sólo conmigo; tienes espacio harto para cumplir lo que te ruego, porque lo que nadie sabe no se puede decir que es hecho.

El mancebo, cuando esto oyó, turbado de tan repentino mal, como quiera que se espantase y aborreciese tan gran crimen, no le pareció de exasperarla con la severidad presta de su negativa, antes tuvo por mejor de amansarla con dilación de cautelosa promisión; así que le prometió liberalmente, diciéndole que se esforzase y curase de sí y de la salud hasta que su padre se fuese a alguna parte y hubiese tiempo libre para su placer. Diciendo esto apartóse de la mortal vista de su madrastra, y viendo que una traición y mal tan grande de la casa de su padre había menester mayor consejo, fuese luego a un viejo su ayo que lo había criado, hombre de buen seso, al cual no pareció otro mejor consejo, habiendo platicado muchas veces en ello, sino que el mancebo huyese lo más aceleradamente que pudiese, escapar de la tempestad de la cruel fortuna; pero la madrastra, como no tenía paciencia de esperar siquiera un poco, fingida cualquier causa, persuadió a su marido con maravillosas artes y palabras, que luego se fuese a unas aldeas que estaban bien lejos de allf; lo cual hecho, ella, con