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que naturalmente fuese sin castidad y vergüenza, o que por su hado fuese compelida a un extremo vicio; finalmente, que ella puso los ojos en su entenado. Ahora tú, buen lector, has de saber que no lees fábula de cosas bajas, sino tragedia de altos y grandes hechos, y que has de subir de comedia a tragedia. Aquella mujer, en tanto que en aquellos principios el amor tierno y pequeño se criaba, como era aún flaco en las fuerzas, ella reprimiendo su delgada vergüenza fácilmente callando lo resistía; pero después que el fuego cruel del amor se encerró en sus entrañas, el furioso amor sin ningún remedio la quemaba, en tal manera, que sucumbió y obedeció al cruel dios de amor, y fingiendo enfermedad mintió, diciendo que la llaga del corazón estaba en la enfermedad del cuerpo; ninguno hay que no sepa que todo el detrimento de la salud y del gesto conviene por regla cierta y común también a los enfermos como a los enamorados: la flaqueza y color amarillo de la cara, los ojos marchitos, las piernas cansadas, el reposo sin sueño, grandes suspiros y luengos con mucha fatiga. Quienquiera que viera a esta dueña, creyera que estaba atormentada de ardientes fiebres, sino que lloraba. ¡Guay del seso e ingenio de los médicos!, ¡qué cosa es la vena del pulso o qué cosa es la poca templanza del calor!; ¡qué es la fatiga del resuello y las vueltas continuas de un lado a otro sin reposo, ch buen día!; ¡cuán fácilmente se descubre el mal del amor, no solamente al mé-