que, según el tiempo y lugar, lloré al triste de micompañero, yo lo cubrí en la arena del río para siempre, y con grande miedo por esas sierras fuera de camino fuí cuanto pude. Y casi como yo mismo me culpase de la muerte de aquel mi compañero, dejada mi tierra y mi casa, tomando voluntario destierro, me casé de nuevo en Etiopía, donde ahora moro y soy vecino.
De esta manera nos contó Aristómenes su historia; y el otro su compañero, que luego al principio muy incrédulo menospreciaba oírlo, dijo:
—No hay fábula tan fabulosa como ésta. No hay cosa tan absurda como esta mentira.
Y volvióse hacia mí, diciendo:
—Tú, hombre de bien, según tu presencia y hábito lo muestran, ¿crees esta conseja?
Yo le respondí:
—Cierto no pienso que hay cosa imposible en cualquier manera que los hados lo determinaren: así pueden venir a los hombres todas las cosas. Porque muchas veces acaece a mí y a ti y a todos los hombres venir cosas maravillosas y que nunca acontecieron, que si las contáis a personas rústicas no son creídas. Mas por Dios, a éste yo le creo y le doy muchas gracias que, con la suavidad de su graciosa conseja, nos hizo olvidar el trabajo, y sin fatiga y enojo anduvimos nuestro áspero camino. Del cual beneficio también creo que se alegra mi caballo, porque sin trabajo suyo he venido hasta la puerta de esta ciudad, cabalgando no encima de él, mas de mis orejas.