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alta. El hortelano estaba abajo en casa metido en una canasta con su tapadera encima. El caballero, según que después supe, como quien se levanta de una gran beodera, titubeando las piernas y flaco con el dolor de tantas plagas, que casi con un bordón en la mano se podía sustentar, llegó a la ciudad, y confuso de su poco poder y fuerza de su flaqueza, no osó decir cosa alguna a ninguno de la ciudad; pero callando tragando su injuria habló a ciertos compañeros suyos y contóles esta su fatiga y pena. A ellos les pareció que él se debía esconder en su tienda, porque además de la injuria que había recibido, tenía el juramento que había hecho de la caballería que le fuese acusado por haber perdido su espada, y que ellos, como ya tenían señas de nosotros, pondrían mucha diligencia en buscarnos para su venganza. No faltó un traidor vecino suyo que luego descubrió que estábamos allí escondidos. Entonces aquellos sus compañeros fuéronse a la justicia, y mintiendo le dijeron que habían perdido en el camino una copa rica y de mucho precio de su capitán, y que la había hallado un hortelano, el cual no se la quería restituir, por lo cual estaba escondido en casa de un su amigo. Entonces los alcaldes, conociendo el daño y el nombre del capitán, vinieron a las puertas de nuestra posada y claramente dijeron a nuestro huésped que aquellos que tenía escondidos dentro en su casa, pues sabía que era más cierto que lo cierto, que luego nos entregase antes que incurriese en pena de su propia cabeza. Pero