más grueso de él y más nudoso quebrarle la cabeza, corrió al último remedio, fingiendo de quererle besar las rodillas para conmoverle a misericordia, y estando así bajado y encorvado, arrebató por entrambos los pies, y alzándolo arriba dió con él un gran golpe en tierra, y luego saltó encima y dióle muchas puñadas, bofetadas y bocados, y arrebató una piedra del camino y sacudióle muy bien en la cara y en las manos y en aquellos costados. El caballero, que fué echado en el suelo, ni pudo pelear ni defenderse; pero muchas veces amenazaba que si se levantaba que con su espada lo había de tajar en piezas; lo cual oído por el hortelano y apercibido, arrebatóle la espada, y lanzada muy lejos, tornóle a dar más crueles heridas. Estando él tendido en tierra y prevenido de las puñadas y heridas que le había dado aquel hortelano, no pudiendo hallar otro remedio a su salud, lo que ya solamente restaba fué que fingió ser muerto.
Entonces el hortelano tomó consigo aquella espada, y caballero encima de mí cuanto más aprisa pudo acogióse a la ciudad, que no curó solamente de ver su huerta, y fuése a casa de un amigo suyo, al cual, contadas las cosas, le rogó que lo ayudase en aquel peligro en que estaba y que lo escondiese a él y a su asno tanto hasta que por el espacio de dos o tres días él se escapase de aquel pleito y crimen. Aquel su amigo, no olvidando la antigua amistad que le tenía, recibiólo de buena gana, y a mí, atados los pies y las manos, subiéronme por una escalera en una cámara