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vió, no pudo sufrir su acostumbrada soberbia, y enojado por su callar, como si le hubiera hecho una injuria, dióle de varadas con un sarmiento que traía en la mano, que le hizo caer encima de mí. Entonces el hortelano respondióle humildemente diciendo que por no saber la lengua no podía saber qué es lo que le había dicho. El caballero, con enojo, tornó a decir:

—Pues dime dónde llevas este asno.

El hortelano respondió que iba a aquella ciudad que allí cerca estaba. El caballero dijo:

—Pues yo he menester este asno, porque ha de traer con las otras acémilas de esta villa que aqut está cerca ciertas cargas de nuestro capitán. Y luego lanzó la mano y arrebatóme por el cabestro y comenzóme a llevar. El hortelano, estándose limpiando la sangre que le corría de la cabeza de una descalabradura que le había hecho con el sarmiento, rogábale otra vez que tratase bien y mansamente al compañero, lo cual le pedía diciendo que así Dios le prosperase lo que esperaba, y asimizmo decía que aquel asnillo era perezoso, y además de esto tenía una abominable enfermedad, que era gota coral, y que apenas acostumbraba a traer de cerca de allí unos pocos de manojos de berzas, y cuando llegaba con ellos ya no podía resollar, cuanto más para gran carga, que en ninguna manera era idóneo para ello. Pero desde que el hortelano vió que por ningunos ruegos suyos se amansaba el caballero, antes veía que se ensoberbecía más en su daño y que volvía el sarmiento para darle con lo