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lanzarlo muy lejos de su casilla; lo cual oído por los que allí estaban, les tomó grande enojo de lo que decía. Entonces uno de aquellos tres hermanos, sin más esperar respondióle un poco serio, diciendo que por demás confiaba él en sus riquezas y amenazaba a los otros con soberbia de tirano, mayormente que los pobres, por liberal favor y ayuda de las leyes, acostumbraban muchas veces a vengarse de la soberbia de los ricos. Esta palabra encendió tanto la crueldad de aquel hombre, como suele encender el aceite a la llama, o la piedra azufre al fuego, o el azote a la furia infernal; de manera que estando fuera de seso en la extrema furia, daba voces que mandaría ahorcar a él y a todos ellos y las leyes que decían, y mandó luego soltar los perros del ganado, y otros que tenía en casa fieros y muy grandes, acostumbrados de roer los cuerpos muertos que estaban por esos campos; asimismo estaban criados y enseñados a morder y despedazar a los que pasaban por los caminos, y así sueltos, mandólos asomar contra aquéllos. Los perros, como oyeron la señal acostumbrada de los pastores, encendidos e inflamados como rabiosos, dando ladridos espantables, arremetieron en aquellos hombres, y como juntaron con ellos comiénzanlos a morder y despedazar fieramente, y aunque huían no los dejaban por eso, antes más bravamente los seguían. Entre esta muchedumbre de estrago, el menor de los tres hermanos tropezó en una piedra y quebróse los dedos del pie, de manera que cayó, y caído