lloviendo continuamente de noche y de día, yo estaba encerrado en un establo sin techo y debajo del cielo, atormentado con el continuo frío; pero como no había de estar así, pues que mi señor era tan pobre que no solamente para mí no podía dar algún enjalmo, o siquiera un poco de tejado, más aun para sí no lo tenía, que con la sombra de rama de una choza donde moraba era contento; además de esto, en las mañanas hollaba aquel lodo frío y aquellos carámbanos helados con los pies descalzos, y aun no podía henchir mi vientre siquiera de los manjares acostumbrados, porque igual era la cena a mí y a mi amo, y cierto no había diferencia, pero ra bien poca: hojas de lechuga viejas, sin sabor, aquellas que de mucha vejez estaban espigadas de la simiente, tan altas como escobas, que ya el zumo de ellas se había tornado como carcoma amarga. Una noche, un hombre honrado que moraba en una aldea cerca de allí, no pudiendo llegar a su casa impedido con la obscuridad de la noche y con la mucha agua que llovía, mojado, habiendo errado el camino derecho, llegó a nuestra huerta con su caballo cansado; cual fué recibido alegremente según el tiempo; como quiera que el recibimiento no fuese muy delicado, al nenos fué necesario para su reposo. Aquel buen hombre, queriendo remunerar este beneficio que le había hecho su huésped, prometió de darle su hacienda, trigo, aceite y dos barriles de vino. No se tardó mi amo; otro día tomó un costal y
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