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afección que hiciese por ella una de dos cosas: o que amansase a su marido y le reconciliase con él, o, si aquello no pudiese acabar, que enviase alguna fantasma o algún diablo que le atormentase el espíritu. Entonces aquella hechicera comenzó a invocar los demonios y hacer cuanto pudo por tornar el corazón del marido al amor de su mujer; mas esto no sucedió como ella quería, por lo cual se enojó contra los diablos, porque de más de hacerle perder la ganancia que ya le habían prometido, parecía que la menospreciaban, y comenzó a hacer su arte contra la cabeza del mezquino del marido, para lo cual llamó el espíritu de una mujer muerta a hierro que le viniese a asombrar o matar. Aquí, por ventura, tú, lector escrupuloso, reprehenderás lo que yo digo y dirás así:

—Tú, asno malicioso, ¿dónde pudiste saber lo que afirmas y cuentas que hablaban aquellas mujeres en secreto, estando tú ligado a la piedra de la tahona y tapados los ojos?

A esto respondo:

—Oye ahora, hombre curioso, en qué manera, teniendo yo forma de asmo, conocí y vi todo lo que se ordenaba en daño de mi amo. Un día, casi a mediodía, súbitamente cerca de la tahona apareció una mujer muy fea y disforme, medio vestida de muy sucio y vilísimo hábito, los pies descalzos, magra y muy amarilla, los cabellos medio canos, llenos de ceniza, y desgreñada, colgando las greñas ante los ojos. Esta mujer o diablo echó mano al tahonero, como que le quería hablar se-