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cordia, que, según la sentencia de los sabios, siempre una cosa agradaba a entrambos. Pero la misma razón no padece ni consiente que tenga más autoridad la mujer que el marido.

Con estos halagos burlando llevó al mozo a su cámara, aunque él no quiso, y la buena de su mujer encerróla en la otra cámara, Otro día de mañana, como el Sol fué salido, llamó a dos valientes mancebos de sus criados y mandó tomar al mozo y azotarlo muy bien en las nalgas con un azote, diciéndole:

—Pues que tú eres tan blando y tierno y tan muchacho, ¿por qué engañas a tus enamoradas y andas tras las mujeres libres y rompes los matrimonios, y tomas para ti muy tempra nombre de adúltero?

Diciéndole estas palabras y otras muchas, habiéndolo muy bien azotado, echólo fuera de casa. Aquel valiente y muy esforzado enamorado, cuando se vió en libertad que él no esperaba, aunque llevaba las nalgas blancas bien azotadas de noche y de día, llorando, huyó. El tahonero dió carta de quito a la mujer y luego la echó de casa. Ella, cuando se vió desechada del marido y fuera de su casa, así con verse injuriada como con la gran malicia y natural perversidad de corazón, tornóse al armario de sus maldades y armóse de las artes que comúnmente usan las mujeres, y con mucha diligencia buscó una mala vieja hechicera, que con sus maleficios y hechizos se creía que haría todo lo que quisiose. A esta vieja dió muchas d ádivas, prometiéndole mayores, y rogó con gran