galápago debajo de la artesa hacer que todos le viesen. Estando en pena con esto, la fortuna lo hubo de proveer, porque un viejo cojo que tenía cargo de pensar las bestias, ya que era la hora de llevarnos a beber, sácanos a todos juntos, lo cual me dió causa muy oportuna para vengar aquella injuria; así que, pasando cerca de la artesa, vi que, como era angosta, tenía fuera los dedos de la mano y púsele el pie encima, apretando tan reciamente, que le desmenucé los dedos. El adúltero, con el gran dolor, dió grandes voces, y alzando de sí la artesa de manera que quedó descubierto a todos y fué publicada la maldad de aquella mala mujer. El tahonero, cuando esto vió, no se curó mucho por el daño de la honestidad de su mujer; antes, con el gesto sereno y alegre, comenzó a hablar al mozo, que estaba amarillo y temeroso de muerte, y halagándole, dijo de esta manera:
—No temas, hijo, que de mí te pueda venir mal ninguno, porque yo no soy bárbaro ni hombre rústico, ni tampoco hayas miedo que te mataré con humo de piedra azufre mortal, como mi vecino el peraile, ni tampoco te acusaré para degollarte por la severidad del derecho ni por el rigor de la ley de los adúlteros, siendo tú tan hermoso y lindo mancebo. Mas cierto yo te trataré igualmente con mi mujer, y no te apartaré de mi heredad; más comúnmente partiré contigo y sin ninguna disensión ni controversia; todos tres moraremos en uno, porque siempre yo viví con mi mujer en tanta con-