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do con su enamorado secretamente, y como llegamos, turbada con nuestra presencia, de súbito consejo provista tomó a aquel su enamorado y metiólo debajo de un azufrador de mimbres, donde tenía azufrando sus tocas que estaban junto con la mesa. Pensando ella que ya estaba seguramente escondido su enamorado, sentóse a la mesa a cenar con nosotros sin ningún cuidado ni sobresalto; entre tanto, con el gran humo del azufre embarazando el negro enamorado, y como no podía resollar debajo. del perfumador, como es vivo aquel humo, comenzó a estornudar de la parte donde estaba sentada la mujer. El marido pensó que era ella, y díjole: "Dios te ayude", como se suele decir; dió otro estornud y otro, y después estornudó tantas veces, que el marido sospechó lo que podía ser y arrojó de sí la mesa y alzó el perfumador, y halló debajo el gentil hombre, que con el gran humo estaba casi muerto, que no resollaba. Cuando lo vió, inflamado de su injuria, echó mano a su espada, que lo quería degollar, sino porque yo estaba presente y no me culpasen de la muerte de aquel hombre lo defendí, diciendo también que no curase de él, que presto moriría sin cargarnos culpa, según estaba casi ahogado de la furia y violencia del azufre. El, como vió que le haría bien, más por necesidad suya que por mi persuasión, amansado del enojo, sacó al adúltero medio vivo y echólo en una calleja cerca de su casa. Yo, como vi la revuelta, dije a su mujer que huyese