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—¿Por qué no nos vamos y no tomamos nuestro camino de mañana?

Y luego tomé mis alforjas, y pagada la posada, comenzamos nuestra vía. Habíamos andado algún tanto, cuando ya el Sol alumbraba toda la tierra; y todavía yo iba muy curiosamente mirando a mi compañero la garganta, por aquella parte que le había visto meter el puñal, y decía entre mí:

"Cierto; anoche yo estaba tan lleno de vino, que soñé cosas maravillosas. He aquí Sócrates, vivo, sano y entero: ¿Dónde está la herida? ¿Dónde está la esponja? Cuanto más una herida tan honda y tan fresca." Y díjele:

—No sin causa los buenos médicos dicen que los que mucho cenan y beben sueñan crueles y graves cosas: así me ha a mí acontecido, que anoche, como me desordené en el beber, soñé crueles y espantables cosas, que aun me parecía que estaba rociado y ensuciado con sangre de hombre.

A esto él, viéndome, dijo:

—Antes me parece que estás rociado, no con sangre, mas con meados.

Pero también soñaba yo que me degollaban, y aun que me dolió esta garganta, y que me arrancaban el corazón, y aun ahora no puedo resollar; y las piernas me tiemblan, y los pies andan titubeando; querría comer alguna cosa para esforzarme.

Yo entonces díjele:

—Pues he aquí el almuerzo.