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atado hasta la plaza. El barbudo, yendo todavía entre sí gruñendo y aprisa andando hacia la plaza, tenía por cierto que por las chinelas había de hallar al adúltero que sospechaba haber estado con su mujer. Yendo él en este pensamiento, la cara turbia, las cejas caídas y muy enojado, y tras de él Hormigón, atado, aunque no se sabía la culpa que tuviese, pero él mismo bien lo sabía, por lo cual lloraba de manera que movía los que lo veían que había mancilla, acaso Filesitero que iba a otro negocio encontró con ello, y como vió en qué manera llevaban a Hormigón, sin miedo ni turbación, recordándose que había olvidado en la cámara las chinelas y sospechando que por aquello lo llevaban así atado a Hormigón, astutamente y con su esfuerzo acostumbrado apartó a los otros siervos y arremetió con Hormigón, y con grandes voces comiénzale a dar de puñadas y dícele:

—¡Oh malvado ladrón ahorcado! Este tu señor y todos los dioses del cielo a quien tú has perjurado te hagan mal y te destruyan, que me hurtaste el otro día mis chinelas en el baño; bien mereces por cierto, y muy bien lo mereces, que mueras en estas cadenas y prisiones que ahora tienes, y aun en cárceles obscuras.

Con este engaño de Filesitero, el barbudo, que iba determinado de matar a Hormigón y puesto ya en toda crueldad, tornóse a su casa y llamó a Hormigón, al cual dió las chinelas y perdonó