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puerta de su casa, y comienza a dar grandes voces y quebrar las puertas con una piedra, y cuanto más tardaba en abrirle, tanto más sospecha le ponían de lo que él tenía; así que comenzó a amenazar a Hormigón que lo mataría. Hormigón, oyendo esto y con la prisa que le daba, estaba turbado, y con la turbación no tenía consejo ni sabía qué hacerse; lo más que podía era decir que no tenía lumbre y con la obscuridad que no acertaba con la llave de la puerta, que tanto la tenía de bien guardada que no la hallaba; en tanto, Filesitero, como oyó el ruido, arrebató su ropa y vistióse, mas con la turbación no se recordó o no pudo calzarse las chinelas, y salióse de la cámara. En esto Hormigón llegó con la llave y abrió las puertas a su señor, el cual entró bramando:

—¿Esta es la fidelidad que tú tienes a tu señor?

Y como entró arremetió a la cámara; en tanto Filesitero votó por la puerta fuera de casa y Hormigón cerró las puertas. El marido, desde que vió todo seguro, ya un poco manso fuese a dormir. Otro día luego de mañana, como el barbudo se levantó, vió debajo de la cama unas chinelas que no eran de casa, las cuales había traído Filesitero cuando allí vino. El, sospechando de allí lo que podía ser, calló su dolor, que ni a su mujer ni a otro de casa dijo cosa alguna, y tomó las chinelas secretamente y metióselas en el seno, y mandó a otros siervos que le trajesen a Hormigón