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a cualquier peligro que le viniese, y con esta gana propuso de combatir y expugnar la pudicicia y cosa bien guardada de la dueña, confiando y siendo cierto que la flaqueza humana, con el dinero, al cual toda dificultad es llana, se puede fácilmente derribar; que el oro por donde quiera halla entrada, aunque las puertas sean de diamantes muy fuertes. Un día andando en este pensamiento, Filesitero halló solo a Hormigón, y díjole abiertamente toda su pena y amor, rogándole con mucha cortesía que diese remedio a su tormento, porque si presto no alcanzaba lo que deseaba, su muerte era muy cierta, y que en esto no temiese, porque él iría muy secreto de noche que nadie lo sintiese y en un momento de hora se tornaría. Estas y otras persuasiones tales diciendo, añadió un grandísimo aguijón, el cual rompió y pervirtió a Hormigón por su codicia; echó mano a la escarcela y sacó treinta ducados nuevos, resplandeciendo, de los cuales dijo a Hormigón que diese veinte a su señora y tomase diez para sí. Cuando esto oyó Hormigón, espantóse de tan abominable pecado, y tapadas las orejas echo a huir, pero el resplandor y codicia que tenía del oro no le pudo huir de los ojos y del corazón; mas apartado lejos yéndose aprisa hacia casa, representábasele la hermosura de la moneda ante los ojos y deseaba apañar lo que ya tenía arraigado en el corazón. Con este pensamiento el mezquino navegaba como en las ondas de la mar, ya en una sentencia, ya en