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paños menores cubiertas sus vergüenzas, y tan rotos que casi todo se les parecía; herrados en la frente y argollas de hierro en los pies; las cabezas trasquiladas, los ojos pelados y comidas las pestañas del humo y hollín de la casa; por lo cual, todos tenían los ojos muy malos y blanqueaban con la ceniza sucia de la harina, como cuando los luchadores que quieren luchar se polvorean con tierra! Pues de mis compañeros los otros asnos y acémilas que molían, ¿qué podría decir? Cuán cansados aquellos mulos y otros jacones flacos; cerca de los pesebres, cabizbajos, royendo granzones de paja, los pescuezos desollados y llenos de llagas podridas, las narices abiertas, que de cansados no podían tomar huelgo; los pechos de muermo tosiendo y de los antepechos que les ponían para moler, todos pelados y llagados, que casi les parecían los huesos; las uñas de pies y manos alzadas hacia arriba de no errarse, y mancos de andar alrededor; todo el pellejo sarnoso de magrez y flaqueza. Mirando yo esto, temía de venir en otro tanto, y recordándome de cuando era hombre, y que había venido en tanta desventura, bajada la cabeza, lloraba, y no tenía otro solaz de mi pena sino que con mi natural ingenio, que tenía, me recreaba algo; porque, no curando de mi presencia, libremente hacía y, hablaba cada uno delante de mí lo que querían; por donde yo conocı que no sin causa aquel divino autor de la primera poesía, deseando mostrar un varón de gran prudencia entre los griegos, cele-