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plo, donde estaban aquellos dones que allí ofrecían. Otro día sacáronme a la plaza; y otra vez me pusieron en almoneda, pregonando el pregonero a quién más da por él; y un tahonero de un lugar de allí cerca me compró siete dineros más caro que primero me había comprado Filebo, el cual molinero luego me cargó muy bien de trigo que allí había comprado; y por un camino de muchas cuestas, pedregoso y muy malo de andar, me llevó a su tahona, que aquel era su oficio: así vi muchos caballos y acémilas que traían aquellas muelas en derredor, dando vueltas siempre por un camino, y no solamente de día, pero toda la noche con lumbre hacían, volviendo continuamente aquellas tahonas; pero como yo venía de nuevo, porque no me espantase de la novedad de aquel servicio, aposentóme el nuevo señor en lugar ancho, donde estuviese, porque aquel día, primero que llegué, me dejó holgar, dándome muy bien de comer; pero aquella bienaventuranza de holgar y comer no duró más adelante, porque otro día siguiente bien de mañana yo fuí ligado a una piedra de aquéllas, que parecía ser la mayor de todas, y cubierta mi cara fuí compelido a caminar por aquel espacio redondo de la canal torcida, en manera que yo, retornando y rehollando mis pasos en la redondez de aquel término recíproco, andaba vagando por error cierto, y no olvidando mi sagacidad y prudencia, fácilmente me di a la novedad de mi servicio; y como quiera que cuando yo era hombre muchas veces hubiese vis-