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ñadas, echáronles a todos esposas a las manos y con palabras muy recias les comenzaron a apretar para que luego descubriesen dónde llevaban un cántaro de oro que habían hurtado; y que dijesen la verdad, que aquello era argumento e indicio de su maldad, que fingiendo ellos de sacrificar secretamente a la madre de los dioses que allí había, de su estrado lo hurtaron escondidamente; y pensando escapar la pena de tan gran traición, callando su partida, antes que amaneciese, salieron ellos de la ciudad. Diciendo esto, no faltó uno de aquellos caballeros que por encima de mis espaldas metió la mano debajo las faldas de la diosa que yo traía y buscando bien halló el cántaro de oro, el cual sacó delante de todos; pero con todo este tan nefario crimen, no se avergonzaron ni espantaron aquellos sucios bellacos, mas antes fingiendo un mentiroso reír, diciendo:

--¡Oh, qué crueldad! De tan indigna cosa, ¿cuántos hombres peligran no teniendo culpa: por un vasillo que la madre de los dioses presentó a su hermana Siria en don de haber tenido por huéspeda en su casa, y por esto vosotros lleváis sus sacerdotes como culpados? ¿Quebrantamos su religión para condenarnos?

Estas y otras tales mentiras baladreando ellos por demás, no se curaron aquellos caballeros y tornáronlos para atrás; y así bien atados los metieron en la cárcel; y el cántaro de oro y la diosa que yo llevaba tornáronlo a poner en su tem-

Asno de oro
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