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No faltó a su astucia la malicia del adúltero, que luego salió del tonel alegre, diciendo:

—Buena mujer, ¿quieres saber la verdad? Este tonel, muy viejo y podrido, es abierto por muchas partes.

Y disimuladamente volvióse al marido, como que no lo conocía, y díjole:

—Tú, hombrecillo, quienquiera que eres, ¿por qué no me traes presto un candil para que, rayendo estas heces que tiene, pueda conocer si vale algo para aprovecharme de él? ¿O piensas que tenemos los dineros ganados a los naipes?

El buen hombre, no pensando ni sospechando mal, no tardó en traer el candil. Dijo al comblezo:

—Apártate un poco, hermano; huelga tú, que yo entraré a ataviar y raer lo que tú quieres.

Diciendo esto, quitóse el capote y tomó la mujer el candil; él entró en el tonel y comenzóle a raer aquellas costras. El adúltero, como vió la mujer estar bajada, alumbrando a su marido, burlábala; y ella, con astucia, metida la cabeza en el tonel, burlaba del marido, diciendo:

—Rae aquí y alli y quita esto y esto otro, mostrándole con el dedo, hasta que la obra de entrambos fué acabada.

Entonces salió del tonel, y tomando sus siete dineros, el mezquino del marido cargó el tonel a cuestas y llevólo hasta casa del adúltero. Aquí estuvimos algunos días, donde por la liberalidad de los de aquella ciudad fuimos muy bien tra-