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aquella rabia mortal duraba y perseveraba en mí, y que esto tal se solía guardar, según se cuenta en los libros antiguos. Como esto les pluguiese a todos, tomaron luego una gran paila de agua muy clara, que habían traído de una fuente de allí cerca, y dudando, con algún temor, pusiéronmela delante; yo me salí luego sin tardanza ninguna a recibir el agua, con harta sed que yo tenía, y abajado lancé toda la cabeza y comencé a beber de aquella agua, que asaz era para mí verdaderamente saludable. Entonces yo sufrí cuanto ellos hacían, dándome golpes con las manos, y tirarme de las orejas, y trabarme del cabestro, y cualquier otra cosa que ellos querían hacer por experimentar mi salud; yo había placer de ello hasta tanto que contra su desvariada presunción yo probase claramente mi modestia y mansedumbre para que a todos fuese manifiesta.

CAPITULO II

En el cual cuenta Lucio una historia que oyó haber acontecido en un lugar donde llegaron un día; cómo una mujer engañó graciosamente a su marido por gozar de un enamorado que tenía.

En esta manera, habiendo escapado de dos peligros, otro día siguiente, cargado otra vez de los divinos despojos, con sus panderos y campanillas, echacorveando por esas aldeas empezamos a ca-