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hecho, como yo me vi libre, abracé el don de la fortuna que a solas me había venido, y lancéme encima de la cama, que estaba muy bien hecha, y descansé, durmiendo como hombre, lo cual después de mucho tiempo yo no había hecho. Ya otro día bien claro y habiendo yo muy bien descansado con la blandura de la cama, levantéme esforzado y aceché aquellos veladores que allí estaban guardándome, los cuales altercaban de mis fortunas diciendo en esta manera:

—Este mezquino de asno creemos que está fatigado con su furor y rabia, y aun lo que más cierto puede ser: creciendo la ponzoña de su rabia estará ya muerto.

Estando ellos en el término de estas variables opiniones, pónense a espiar qué es lo que hacía, y mirando por una hendedura de la puerta, viéronme que estaba sano y muy cuerdo, holgando a mi placer; y como me vieron ellos ya más seguros, abiertas las puertas de la cámara, quisieron experimentar más enteramente si por ventura yo estaba manso; y uno de aquéllos, que parece que fué enviado del cielo para mi defensor, mostró a los otros un tal argumento para conocimiento de mi sanidad, diciendo que me pusiesen para beber una caldera de agua fresca, y si yo sin temor y como acostumbraba llegase al agua y bebiese de buena voluntad, supiesen que yo estaba sano y libre de toda enfermedad, y, por el contrario, si vista el agua hubiese miedo y no la quisiese tocar, tuviesen por muy cierto que