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ni había tiempo para pensar mucho en el negocio, deliberé huyendo escapar la muerte que sobre mí estaba, y prestamente, quebrado el cabestro, con que estaba atado, eché a correr a cuatro pics cuanto pude, echando coces a una parte y a otra por ponerme en salvo; y así, como iba corriendo, pasada la primera puerta, lancéme sin empacho ninguno dentro de la sala donde estaba cenando aquel señor de casa sus manjares sacrificales con los sacerdotes de aquella diosa Siria, y con mi ímpetu derramé y vertí todas aquellas cosas que allí estaban, así el aparador de los manjares como las mesas y candeleros y otras cosas semejantes; la cual disformidad y estrago, como vió el señor de la casa, mandó a un siervo suyo que con diligencia me tomase y como asno importuno y garañón me tuviese encerrado en algún cierto lugar, porque otra vez con mi poca vergüenza no desbaratase su convite placentero y alegre. Entonces yo me alegré con aquella guarda de la cárcel saludable, viendo cómo con mi astucia y discreta invención había escapado de las crueles manos de aquel carnicero; pero no es maravilla, porque ninguna cosa viene al hombre derechamente, cuando la Fortuna es contraria; porque la disposición y hado de la divina Providencia no se puede huir ni reformar con prudente consejo ni con otro remedio, por sagaz o discreto que sea; finalmente, que la misma invención que a mí pareció haber hallado para la presente salud, me causó y fabricó otro gran peligro, que