alto del suelo; un lebrel que allí estaba, sin que nadie lo viese, alcanzólo, y alegre con su presa, prestamente desapareció delante los ojos de los que allí estaban; el cocinero, cuando conoció su daño y la gran negligencia en que había caídollorando muy fieramente, y como desesperado, que ya casi su señor demandaba de cenar, no sabiendo qué hacer y con el mucho temor, besó y abrazó a un niño que tenía y tomó una soga para ahorcarse; la mujer, que lo quería bien, no escondiéndosele el caso extremo de su triste marido, con ambas manos arremetió a su marido para quitarle el nudo mortal de la soga que tenía al pescuezo, y díjole:
—¿Cómo tan espantado te ha este presente mal, en que has caído y perdido todo tu seso y no miras este remedio fortuito que acaso te es venido por la providencia de los dioses? Porque si en este último ímpetu de la fortuna tornas en ti, despierta y escúchame: y toma este asno que ahora es venido aquí, y, llevado a algún lugar apartado, degüéllalo, y una de sus piernas, que es semejante de la perdida, cortásela, y muy bien guisada, picada o de otra manera que sea muy sabrosa, ponla delante de tu señor en lugar del ciervo.
Al bellaco azotado plúgole de su salud con mi muerte, y alabando la sagacidad y astucia de su mujer, acordando de hacer de mí aquella carnicería, aguzaba sus cuchillos.