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tierra, quitáronse todos aquellos paramentos que traía, y desnudo atáronme a un roble; y con aquel azote que estaba encadenado de osezuelos de ovejas, diéronme tantos azotes, que casi me llegaron a lo último de la muerte; hubo allí uno que con un hacha que traía en la mano me amenazaba de cortar las piernas, diciendo por qué yo había habido victoria, infamando tan feamente a su casta y limpia vergüenza. Pero los otros, no por respeto de mi salud, mas por contemplación de la diosa, que estaba callando, acordaron que yo no muriese en tal manera que me tornaron a cargar de aquellas cosas que llevaba, y amenazándome con sus espadas, llegamos a una noble ciudad, adonde un varón principal de allí, hombre de buena vida y que era muy devoto de la diosa Siria, como oyó el sonido de los atabales y panderos y los cantares de aquellos echacuervos, a la manera de los que cantan los sacerdotes de la diosa Cibeles, corrió luego a recibirlos, y muy devotamente recibió por huéspeda a la diosa, y a nosotros nos hizo meter dentro del cercado de su ancha casa; y luego comenzaron a entender en aplacar y sacrificar a la diosa con gran veneración y con gruesos animales y sacrificios. En este lugar me recuerdo yo haber escapado de un grandísimo peligro de muerte, el cual fué éste: un labrador de allí envió en presente al señor de aquella casa un cuarto de ciervo muy grande y grueso, el cual recibió el cocinero y lo colgó negligentemente tras la puerta de la cocina, no muy