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frir mis ojos, intenté dar voces, diciendo: ¡Oh romanos!; pero no pudiendo pronunciar las otras letras y sílabas, solamente dije muy claro y muy recio, como conviene y es propio de los asnos: oh, oh: lo cual, como dije a tiempo oportuno, a causa que muchos mancebos de una aldea de allí cerca andaban a buscar un asnillo que les ha bían hurtado aquella noche y andaban muy agueiosos buscando por todos los caminos y apartamientos, oyendo mi rebuzno dentro de aquellas casas, creyeron que en aquel rincón de ella te—1 nían escondido su asno; y pensaban lanzarse dentro para tomarlo doquier que lo hallasen; de improviso todos juntos saltaron en casa, donde tomaron aquellos bellacos, haciendo aquellas malditas suciedades; y, como los vieron, comenzaron a llamar a todos los vecinos para que viesen aquel aparato torpe y sucio; además de esto, haciendo burla, alababan la purísima castidad de aquellos echacuervos. Ellos, embarazados y turbados con esta infamia, que fácilmente fué divulgada por todo el pueblo, por lo cual, con mucha razón, eran aborrecidos y malquistos de todos, aquella noche, a las doce, ligadas todas sus ropas, se partieron furtivamente de aquella villa; y habiendo andado buena parte del camino, antes del día, ya bien claro el día, entramos por un desierto y soledad, que nadie andaba por allí. Entonces hablaron entre sí primeramente y después aparejáronse para mi daño y muerte; así que quitada la diosa de encima de mí y puesta en