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les antoja leche; así que, cuando ya estaban cansados, cierto, por mejor decir, estaban hartos de abrirse sus carnes, hicieron pausa cesando de aquella carnicería y comenzaron a recoger, en sus faldas abiertas, dineros de cobre, y aun también de plata, que muchos les ofrecían; además de esto, les daban jarros de vino y otros de leche y queso y harina y trigo candeal, y algunos daban cebada para mí, que traía la diosa. Ellos, con aquella codicia, robaban todo cuanto podían, y lanzando en costales, que para esto traían de industria, aparejados para aquella echacorvería; y todos los echaban encima de mí; de manera que ya yo iba bien cargado con carga doblada, por que iba hecho troje y templo; en esta manera discurriendo por aquella región, la robaban. Llegando a una villa principal, como allí hallaron provecho de alguna ganancia alegre, hicieron un convite de placer, que sacaron un carnero grueso a un vecino de allí, con una mentira de su fingida predicación, diciéndole que con su limosna y sacrificio hartase a la diosa Siria, que estaba hambrienta; así que su cena, bien aparejada, fuéronse al baño, y luego vinieron muy bien lavados; trajeron consigo a un mancebo aldeano de allí bien fuerte y bien aparejado para cenar con ellos; y como hubieron comido unos bocados de ensalada, allí, delante de la mesa aquélla, aquellos sucios bellacos enzaron a burlar con aquel mancebo, que tenían desnudo. Yo, cuando vi tan gran traición y maldad, no pudiéndolo su-