veces los brazos; finalmente, con unos cuchillos que traían de dos filos dábanse cuchilladas en los brazos. Entre éstos había uno de ellos que con mayor furia, así como hombre endemoniado, fingía aquella dañada locura, por parecer que con las preferencias de los dioses suelen los hombres no ser mejores en sí, mas antes hacerse flacos y enfermos. Pues espera y verás qué galardón hubo de la Providencia celestial: él comenzó a decir, adivinando a grandes voces y fingiendo mayor mentira, que quería castigar y reprender a sí mismo, diciendo que había pecado contra su santa religión; y por esto quería él tomar por sus propias manos la pena que merecía por aquel pecado que había cometido; así que arrebató un azote, el cual es propia insignia de aquellos medio mujeres, torcidos muchos corde les de lana de ovejas, y escaqueado con choquezuelas de pies de carnero a colores, Idióse con aquellos nudos muchos golpes, hasta que se adormeció las carnes, que parecía que maravillosamente estaba preservado para poder sufrir el dolos de aquellas llagas; que vieras cómo de las heridas de los cuchillos y de los golpes de la disciplina, todo el suelo estaba bañado de la suciedad de aquella sangre afeminada; la cual cosa no poco cuidado y fatiga me ponía en mi corazón, viendo derramar tan largamente sangre de tantas heridas; por ventura que al estómago de aquella diosa extraña no se le antojase sangre de asno como a los estómagos de algunos hombres se
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Asno de oro
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