ti también, como a él? A lo menos, su crueldad no te debiera de perdonar ni dejar para que pudieses descubrir el homicidio; así que, pues escapaste de la muerte, torna a ella." Considerando yo estas cosas muchas veces, y replicándolas entre mi, ibase la noche y venía el día. Así que me pareció buen consejo irme antes del alba furtivamente y tomar mi camino, aunque temblando. Así que tomé mis alforjas y mi capa y comencé de abrir la puerta de la cámara con la llave; y aquellas puertas buenas y muy fieles que esa noche de su propia gana se abrieron, a mala vez y con mucho trabajo pude abrir, teniendo la llave y dándole treinta vueltas. Después que salí de la cámara fuime a la puerta del me n, y dije al portero:
—Oye tú, ¿dónde estás? Abreme la puerta del mesón, que quiero caminar de mañana.
El portero, que estaba acostado en tierra cerca de la puerta, díjome casi soñoliento:
—¿Cómo te quieres partir a esta hora, que aun es de noche? No sabes que andan ladrones por los caminos? Por ventura, si tú, culpado de algún crimen que tú mismo sabes, deseas morir, nosotros no tenemos cabezas de calabazas que queramos morir por ti.
Yo dije:
—No hay mucho de aquí al día, cuanto más que a hombre pobre ¿qué pueden robar los ladrones? ¿No sabes tú, necio, que a hombre desnudo diez valientes hombres no le pueden despojar?