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bocado en la mano, que casi le corté los dedos; lo cual espantó tanto a los que allí estaban alrededor, que ninguno me quiso comprar, diciendo que era asno bravo y fiero; entonces el pregonero comenzó a dar grandes voces, que ya estaba ronco, diciendo muchas gracias y burlas contra mi desdicha y fortuna.

—¿Hasta cuándo tardaremos en vender esta jacao asno viejo? El tiene las manos y pies desportillados, flaco y muy ruin color, perezoso y sobre todo bravo y feroz, tan sin provecho que no es bueno sino para hacer de su pellejo una criba para cribar estiércol de cabras, o démoslo a alguno que no le pese de perder la paja que comiere.

En esta manera, jugando aquel pregonero, hacía dar grandes risadas a los que allí estaban; pero aquella mi crudísima fortuna, la cual yo huyendo por tantas provincias nunca pude huir ni con tantos males y tribulaciones como pasé pude aplacar, otra vez de nuevo lanzó sus ojos ciegos contra mí, dándome un comprador perteneciente para mis duras adversidades; y ¿sabéis qué tal? Un viejo calvo y bellaco, cubierto de cabellos de los lados llanos y medio canos, del más bajo linaje y de las heces de todo el pueblo; el cual andaba con otros trayendo a la diosa Siria por esas plazas, villas y lugares, tañendo panderos y atabales y mendigando de puerta en puerta. Este echacuervo, con mucha gana que tenía de comprarme, preguntó al pregonero que de