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las cuales, como sintieron el dulzor de la miel y el olor de la carne, aunque eran chicas, pero infinitas, con los continuos y espesos bocados que le daban, en tres o cuatro días le comieron hasta las entrañas, que dejaron los huesos blancos y sin carne ninguna, atados a la triste de la higuera, de lo cual los otros labradores estaban espantados y con mucho enojo. Dejamos también esta abominable tierra y partimos; todo aquel día anduvimos por unos grandes campos, hasta que cansados llegamos a una ciudad muy noble y muy poblada, adonde aquellos pastores determinaron de tomar sus casas y morar toda su vida, porque les parecía que allí se podrían muy bien esconder de los que de lejos les viniesen a buscar; además de esto, les convidaba a morar allí la abundancia de mucho pan y mantenimientos que había. Finalmente, que después de haber reposado tres días por descansar, porque nos rehiciésemos del camino, para mejor podernos vender, sacáronnos al mercado, y un pregonero con grandes voces nos comenzó a pregonar, pidiendo su precio por cada uno. El caballo y otro asno fueron comprados por unos mercaderes ricos; pero a mí solo, casi desechado, todos con fastidio me dejaban y pasaban; ya estaba yo muy enojado de los que allí estaban, que todos me palpaban las encías, queriendo saber y contar de mis dientes la edad que había; y con este asco, llegando a mí uno que le hedían las manos sobando muchas veces mi boca con sus dedos sucios, dile un