—¿Ahora tenéis vosotros cuidado de cosa de comer y de beber ni de otra refección? ¿No sabéis en qué lugar estáis?
Y diciendo esto, cogió sus cabras y fuése bien lejos. La cual palabra y su huída no poco miedo puso a nuestros pastores; así que, estando ellos espantados y no viendo a quién preguntar qué cosa fuese aquélla, asomó otro viejo muy mayor que aquél y más cargado de años, con un bordón en la mano, corcovado, y venía como hombre cansado, y llorando muy reciamente llegó a nosotros, y haciendo grandes reverencias, comenzó a besar a cada uno de aquellos mancebos en las rodillas, diciendo:
—Señores, por vuestra virtud y por el Dios que adoráis, que me socorráis en una tribulación a mí, viejo cuitado, de un niño mi nieto que casi está a la puerta de la muerte; el cual venía conmigo en este camino y tiró una piedra a un pajarito que estaba cantando, y por matarlo, cayó en una cueva que estaba llena de árboles por encima, que no se parecía, y creo que está en lo último de su vida, aunque por las voces que da, llamando socorro, conozco que aun está vivo; mas por mi vejez y flaqueza, como veis, no le pude ayudar; vosotros, señores, que sois mancebos y recios, fácilmente podéis socorrer a este mezquino viejo, librándome aquel niño, que no tengo otro heredero ni sucesor de mi linaje.
Diciendo esto, el viejo pelábase las barbas y mesábase las canas, de manera que todas habían