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saba entre mí que aquel caballo Pegaso, por miedo, le habían nacido alas con que voló, y por eso voló hasta el cielo, habiendo miedo que no le mordiese la ardiente Quimera. Aquellos pastores que nos llevaban hiciéronse a manera de un ejército: unos llevaban lanzas; otros, dardos; otros, ballestas, y otros, palos y piedras en las manos, delas cuales había asaz abundancia, porque el camino era todo lleno de ellas; otros llevaban picas bien agudas, y algunos había que llevaban hachas ardiendo por espantar los lobos; en tal manera iban, que no les faltaba sino una trompeta para que pareciera hueste de batalla. Pero como quiera que pasamos nuestro miedo sin peligro, caímos en otro lazo mucho mayor, porque los lobos, o por ver mucha gente, o por las lumbres, de que ellos han gran miedo, o por ventura porque eran idos a otra parte, ninguno de ellos vimos ni pareció cerca ni lejos; mas los vecinos de aquellas quinterías, por donde pasábamos, como vieron tanta gente armada, pensaron que eran ladrones, y proveyendo a sus bienes y haciendas, con gran temor que tenían de ser robados, llamaron a los perros y mastines, que eran más rabiosos y feroces que lobos y más crueles que osos, los cuales tenían eriados así bravos y furiosos para guarda de sus casas y ganados, y con sus silbos acostumbrados y otras tales voces enhotaron los perros contra nosotros, y ellos, además de su propia braveza, esforzados con las voces de sus amos, nos cercaron de una parte y de otra y comienzan