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ban; y aun con la hambre eran tan rabiosos, que combatían y entraban en los lugares que por allí había, de manera que el daño y destrucción que habían hecho en los ganados ya lo comenzaban a hacer en los hombres; finalmente, nos dijeron que por aquel camino por donde habíamos de pasar había muchos cuerpos de hombres medio comidos, blanqueando los huesos y roídos, sin ninguna carne; y por esto, que fuésemos mucho sobre aviso, que no anduviésemos por aquel camino sino en día claro y sereno, que el día fuese ya bien alto y el Sol esforzado, excusándonos y apartándonos de los montes, donde ellos acechaban, porque con el Sol del día el ímpetu y braveza de estas bestias fieras se refrena y detiene, y que no fuésemos derramados, mas toda la compañía junta pasásemos aquellos peligros y dificultades. Pero aquellos malvados huidores que nos llevaban, ciegos con el atrevimiento de la prisa que ellos llevaban y miedo que no los siguiesen, desechado el consejo saludable que les daban, no esperaron el día, mas cerca de media noche nos cargaron y comenzaron a caminar. Entonces yo, por miedo del peligro susodicho, cuanto más pude me metí en medio de todos, y, escondido en medio de todas las otras bestias, procuraba cuanto podía de defender mis ancas que no me mordiese algún lobo, y todos se maravillaban cómo yo andaba más liviano que cuantos caballos allí iban; pero aquello no era livianeza de alegría, mas era indicio del miedo que llevaba. Finalmente, que yo pen-