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ces los criados de la mezquina de Carites corrieran presto, y, con mucha diligencia lavado el cuerpo, en aquella misma sepultura la enterraron, dando perpetua compañera a su marido. Trasilo, vistas todas estas cosas que por él habían pasado, no pudiendo hallar género de muerte que satisficiese a su presente tribulación, y teniéndose por muy cierto que ninguna espada ni cuchillo podía bastar a la gran traición por él cometida, hízose llevar al sepulcro de Lepolemo, y estando allí dijo así:

—¡Oh ánimas enemigas, veis aquí dónde viene la víctima y sacrificio de su propia voluntad para vuestra venganza.

Y diciendo esto, lanzóse en el sepulcro, y, ceradas las puertas de la tumba, deliberó por hambre sacar de sí el ánima, condenada por su sentencia.

CAPITULO II

Cómo después que los vaqueros y yegüerizos y mayordomos del ganado de Carites y Lepolemo supieron que sus señores eran muertos, robada toda la hacienda que estaba en la alquería, huyeron para tierras extrañas; y de lo que por el camino les aconteció.

Contando estas cosas aquel mancebo que allí había venido a los otros labradores, que con gran atención lo escuchaban, suspiraba algunas ve-