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Diciendo esto, señalóme con la mano y dijo a la Panthia:

—Y también este buen consejero Aristómenes, que era el autor de esta huída, aun él cercano está de la muerte; echado en tierra yace debajo de la cama; todo esto bien lo ha mirado, pues no crea que ha de pasar sin pena por las injurias que me dijo: yo le haré que tarde, y aun luego y ahora, que se arrepienta de lo que dijo contra mí poco antes, y de la curiosidad de ahora.

Yo, mezquino, como entendí estas palabras, cubríme de un sudor frío, y comenzóme a temblar todo el cuerpo y sacudir en tanta manera, que la camilla saltaba temblando encima de mis espaldas.

La buena de la Panthia dijo entonces:

—Pues, hermana, ¿por qué a éste no despedazamos primero, o ligado pies y manos le cortamos su natura?

A esto respondió Meroe, que así se llamaba la tabernera, lo cual yo conocí de ella más por su gesto de vino que por la conseja que me había dicho Sócrates:

—Antes me parece que debe vivir éste, porque siquiera entierre el cuerpo de este cuitado.

Y tomó la cabeza de Sócrates, y volviéndola a la otra parte, por la parte siniestra de la garganta, le lanzó el puñal hasta los cabos, y como la sangre comenzó a salir, llegó allí un barquino, en la que recibió toda, de manera que una gota nunca pareció. Todo vi yo con estos mis ojos, y aun