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no se le olvidó su esfuerzo y tornó con gran ímpetu y encendimiento de su ferocidad, dando golpes con las navajas, hiriendo y rompiendo al primero que tomaba. Mas el primero que llegó a él fué Lepolemo, que le lanzó el venablo que llevaba, por las espaldas. Trasilo perdonó al jabalí y arrojó la lanza al caballo de Lepolemo, que le cortó las corvas de los pies, por manera que el caballo cayó hacia la parte donde estaba herido y contra su voluntad dió con su señor en tierra. No tardó el puerco, que con mucha furia vino para él y comenzóle a trabar de la ropa, y él, que se quería levantar, el puerco le dió tantas navajadas que le abrió por muchas partes; pero en todo esto nunca el bueno de su amigo le socorrió ni se arrepintió de la traición comenzada, ni se pudo hartar por ver en tanto peligro a su amigo: al menos debiera con esto satisfacer a su crueldad; antes hizo al contrario, porque queriéndose levantar Lepolemo y cubriendo sus heridas, rogándole con mucha fatiga que lo socorriese, Trasilo le metió la lanza por el muslo de la pierna derecha, y tanto mayor golpe le dió cuanto creyó que la llaga de la lanza ena semejante a las heridas de las navajas. Asimismo mató al puerco. En esta manera muerto Lepolemo, salimos todos de donde estábamos escondidos y corrimos allá. Trasilo, como quiera que acabado lo que deseaba, viendo muerto a su amigo, estaba alegre; pero con la cara cubrió el gozo, fingiendo tristeza y dolor, y con mucha ansia abrazaba al cuerpo que él había muerto. De manera que ninguna cosa