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y ladrar tan reciamente, que toda la montaña hinchieron de voces, de la cual no salió corza, ni gama, ni cierva, que es mansa más que ninguna otra fiera, pero salió un puerco montés muy grande y nunca otro tal visto, grueso y espantable, con las cerdas levantadas encima del lomo, echando espumarajos, con el sonido de las navajas, los ojos de fuego, su vista espantable, con ímpetu cruel que parecía un rayo; y luego, como llegaron a él los principales y más esforzados perros, dando con las navajas acá y allá los mató y despedazó, y después saltó las redes por donde primero aderezó su camino, y por allí saltó. Nosotros, cuando aquello vimos, espantados de gran miedo, como no éramos acostumbrados de aquella peligrosa manera de caza, mayormente que estábamos sin armas y sin ninguna manera de defensa, escondímonos entre aquellas ramas y hojas de los árboles. Trasilo, como halló oportunidad de la traición y maldad que tenía pensada, habló a Lepolemo engañosamente de esta manera:

—¿Qué es la causa por que, confusos de miedo y semejantes a la flaqueza de estos nuestros siervos, o espantados como mujeres, dejamos perder tan hermosa presa de miedo de nuestras manos? ¿Por qué no subimos en nuestros caballos y seguimos a este puerco? Toma tú este venablo, yo tomaré mi lanza.

Y diciendo esto, no tardaron más y saltaron luego en sus cabailos y con grandísima gana siguieron tras el puerco; el cual, viéndose apretado,