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de palos, hasta que con el peso del madero vencida y fatigada su fuerza le saltó de la mano. Entonces, quejándose que tan presto había cansado, arremetió al fuego y tomó un tizón ardiendo, y lanzómele en medio de estas ingles, que me quemó, hasta que ya no me restaba sino sólo un remedio, en que me esforzaba, que solté un chisquete de líquido, que le ensucié toda la cara y los ojos. Finalmente, que con aquella ceguedad y he dor se apartó tanta pena y destrucción de mí, que, si no, perecía yo, asnal Meleagro, quemado por aquella Altea.