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no se le había olvidado lo que prometió; y venía pidiendo muy ahincadamente que me castrasen, a lo cual uno de los que allí estaban dijo:

—No es nuestro daño presente de lo que tú ahora solamente pides. Pero antes conviene que mañana, no solamente cortemos la natura a este pésimo asno, mas es razón que también le cortemos la cabeza, y no creas que para esto te faltará ayuda y diligencia de éstos.

En esta manera fué hecho que mi malaventura se dilatase hasta otro día. Yo, entre mí, daba gracias al bueno del mozo, porque al menos siendo muerto daba un día de espacio a mi carnicería. Pero con todo esto nunca fué dado un poquito de espacio a mi reposo y placer, porque la madre de aquel mozo, llorando la muerte amarga de su hijo, con muchas lágrimas y llantos, cubierta de luto, mesaba sus canas con ambas manos, aullando y gritando, y de esta manera lanzóse en mi establo, adonde abofeteándose la cara y dándose de puñadas en los pechos, dijo de esta manera:

—Ahora este asno está muy seguro sobre su pesebre, entendiendo en tragar y comiendo siempre ensancha su profunda barriga, que nunca se harta, y no se recuerda de mi amarga mancilla ni del caso desdichado que aconteció a su maestro difunto; antes me parece que menosprecia y tiene en poco mi vejez y flaqueza y piensa que pasará sin pena de tan gran crimen como hizo cometió; pero como quiera que sea, él presume