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hace, y tomadas de casa las herramientas que son menester para hacer esta cura, tornaré a vosotros muy presto, y castrado este enamorado cruel y bravo, yo lo entiendo tornar más manso que un cordero.

Con esta sentencia yo fuí revocado de las manos de la muerte; pero como quedé desde entonces reservado para aquella pena, yo lloraba y plañía viendo que era ya muerto en la última parte de mi cuerpo. Finalmente, yo deliberaba de dejarme morir de hambre o de matarme echándome de un risco abajo, porque, aunque hubiese de morir, muriese entero. Entretanto que yo tardaba en pensar y elegir cuál de estas muertes tomaría, a la mañana aquel malvado mozo que me quería matar me llevó a aquel monte donde solíamos traer leña, y allí atóme muy bien del ramo de una encina. Yo muy bien atado, él se fué un poco adelante con su hacha para cortar leña: y he aquí que de una grande cueva que allí estaba salió una osa espantable, alzada la cabeza, la cual, como yo vi, con su vista repentina, muy espantado y temeroso, colgué todo el peso del cuerpo sobre las corvas de los pies, y la cerviz alta tiré cuanto pude: de manera que quebré el cabestro con que estaba atado y eché a huir cuanto pude, y por allí abajo no solamente corría con los pies mas con todo el cuerpo; medio tropezando salí por esos campos llanos, huyendo con grandísimo ímpetu de aquella grande osa y del bellaco del mozo, que era peor que la osa. Entonces un caminante que por