Así que yo estaba puesto entre dos males: porque si quería huir corriendo, heríame muy más reciamente la fuerza de las espinas, y si me estaba quedo un poco, porque no me lastimasen las zarzas, dábame de varadas para hacerme correr; que cierto aquel maligno rapaz no parecía que pensaba en otra cosa sino cómo me matase y echase a perder, y así lo juraba, y algunas veces me amenazaba. Y cierto su detestable malicia le estimulaba para que hiciese otras peores cosas; porque un día, a causa que mi paciencia ya no podía sufrir su gran soberbia, dile un par de coces, por la cual causa él inventó contra mí un crimen y hazaña endiablada: cargóme encima dos barcinas de tascos muy bien ligados con sus cuerdas, y así llevóme por ese camino adelante, y llegado a una aldehuela, hurtó una brasa de fuego encendida y púsola en medio de la carga; el fuego, calentado y criado con el nutrimiento de los tascos, alzó grandes llamas, de manera que el ardor mortal me cubrió, que ni ha—bía remedio a tan gran mal ni parecía socorro alguno a mi salud; y como semejante peligro no sufre tardanza, antes pervierte todo buen consejo, la providencia de la fortuna resplandece a las veces muy alegre en los casos crueles y contrarios. No sé si lo hizo aquí por guardarme para otro mayor peligro; pero cierto ella me libró de la presente y cierta muerte. Acaso estaba un charquillo de agua turbia, que había llovido otro día antes, el cual, como yo vi, lancéme dentro en
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