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que, quitado el peso, me quitase de aquella fatiga, o al menos pasar los leños de un lado al otro para igualar la carga, hacíalo al contrario, porque echaba muchas piedras a la otra parte. Y así curaba el mal y pena de mi carga. No contento con tan gran peso de cargas como me echaba, después de otras muchas fatigas y tribulaciones, como habíamos de pasar un río que acaso estaba en el camino, por no mojarse los pies, saltaba encima de mis ancas, y así pasaba cabalgando, y aunque él era pequeño, la sobrecarga que me echaba era de tan gran peso, que si acaso en el cieno resbaloso que estaba en la vera del río yo caía con la fatiga de la carga, el bueno del asnero, en lugar de ayudarme con la mano alzándome la cabeza con el cabestro y tirándome de la cola, o al menos quitarme alguna parte de la carga de encima hasta que me levantase, ninguna ayuda de éstas me hacía, aunque me veía cansado; antes, comenzando desde la cabeza, y aun de las orejas, con un palo bien pesado me daba tantos golpes que todo el cuero me desollaba, hasta tanto que con las heridas y palos que me daba me hacía levantar. Este mal rapaz pen só e hizo una travesura de esta manera: tomó un manojo de zarzas, con las espinas muy agudas y venenosas, las cuales, atadas, colgó y puso debajo de mi cola para atormentarme; de manera que, como yo comenzase a andar, conmovidas e incitadas me llegaban con sus púas y mortales aguijones.