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los y comerlos. Tanto era aquel tirano escaso de la cebada, que con abundancia de cuerpos humanos ensuciaba la hambre de sus rabiosos caballos. De aquella misma manera yo era mordido y lacerado de los saltos y.varios golpes de aquellos caballos; tanto, que pensábame sería mejor tornar a la tahona.

Mas la Fortuna, que no se hartaba de atormentarme, me instruyó y aparejó de nuevo otra mayor pestilencia y daño; la cual fué que me echaron a traer leña de un monte y entregáronme a un muchacho que me llevase y trajese, el más falso rapaz y maligno de todos los del mun de que no me fatigaba tanto la áspera subida del monte muy alto, ni las piedras y riscos ásperos por donde pasando me quebrantaba las uñas, como los grandes y muchos golpes de las varadas que a menudo me daba, en tal manera, que dentro en el corazón me entraba el dolor de las heridas, y con el pie derecho siempre me daba tantos golpes, que hiriendo en un lugar, me desollaba el cuero y abierto un agujero de una llaga muy ancha, que más se puede decir hoyo y aun ventana grande. Y con todo esto no dejaba de siempre martillar en una misma llaga llena de sangre, y echábame tan gran carga de leña a cuestas, que quienquiera que la viera dijera bastaba más para un elefante que para un asno. Aquel falso rap cada vez que la carga pesaba más a una parte, y se acostaba a un lado, en lugar de quitarme la leña de aquel cabo para