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vados sucios y por cernir, llenos de piedras, que no había quien los pudiese comer. Estando yo bien domado con tales penas y tribulaciones, la cruel Fortuna me trajo a otro nuevo tormento; conviene a saber: que como dicen yo me gloriase haber sufrido trabajos de loar, así en casa como fuera de ella, aquel buen pastor que tarde escuchó el mandado de su señor, plúgole ya de echarme a las yeguas; finalmente, desde que yo me vi asno libre, alegre y saltando con mis pasos blandos a mi plaeer, andaba escogiendo las yeguas que mejor me parecían, creyendo que habían de ser mis enamoradas. Pero aun aquí la alegre esperanza procedió a fin y salida mortal, porque los garañones, como estaban hartos y gruesos y muy terribles, por haber muchos días que andaban a pasto, eran cierto mucho más fuertes que ningún asno, y temiéndose de mí, guardando que no hiciese adulterio monstruoso con sus amigas, no guardando la amistad que Júpiter mandó tener con sus huéspedes, comenzaron a perseguir su ira con mucha furia y odio. El uno, alzados sus grandes pechos en alto, su cabeza alta y con las manos sobre mi cabeza, peleaba con sus uñas contra mí; el otro, con sus ancas redondas y gruesas volviéndolas hacia mí, me daba de pernadas; otro, amenazándome con suis malditos relinchos y bajadas las orejas y descubiertas las astas de los blancos dientes, me mordía todo. Así lo había yo leído en la historia del gran rey de Tracia, que daba a sus caballos los mezquinos de los huéspedes, que acogía para despedazar-