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yeguas, y que allí, andando a mi placer, holgando entre ellas, daría a mis señores muchas mulas y buenas; así que llamaron al yegüerizo, habláronle muy largamente y con gran prefación de palabras entregáronme a él que me llevase; adonde, por cierto, yo iba muy alegre y gozoso, creyendo que ya había renunciado el trabajo y cangas que me solían echar; además de esto, me gozaba que me habían dado aquella libertad en principio del verano, cuando los prados estaban llenos de hierbas y flores, donde pensaba hallar algunas rosas, porque me subía un continuo pensamiento que, habiendo hecho tantas honras y dado tantas gracias a un asno, que tornándome en hombre humano, con muchos mayores y más beneficios me honrarían. Mas después que aquel yegüerizo me apartó y llevó lejos de la ciudad, ningunos placeres ni ninguna libertad yo tomé; porque luego su mujer, que era avarienta y muy mala hembra, me puso a moler en una tahona, y con un palo nudoso me castigaba de continuo, ganando, con mi cuero para sí y para los suyos; y no solamente era contenta de fatigarme y trabajar por causa de su comer, pero matábame moliendo continuamente por dineros el trigo de sus vecinos, y por todos estos trabajos y fatigas no me daba a comer la cebada que habían señalado para mí, mezquino, la cual tostaba ella y me la hacía moler con mis continuas vueltas y la vendía a esos vecinos cercanos, y a mí, que andaba atento todo el día al continuo trabajo de la tahona, a la noche me ponía unos pocos de sal-